miércoles, 8 de mayo de 2013

Los auriculares, la madre que los trajo

Los auriculares, un elemento clave de la locura futbolística




      Al menos desde un punto de vista se entiende la relación entre la vida y el fútbol: lo irracional. Así, normalmente, extraña que ese hombre pacífico, buen padre, amigo, que no levanta la voz, o esa periodista culta e inteligente, o el catedrático de la Universidad pasen una mala tarde porque su equipo ha perdido. O se muestre inusitadamente alegres porque su equipo ha ganado. Desde nuestro humilde asiento futbolero trataremos la irracionalidad. 

    Y así, se tilda de locura -y lo es- que desde las 8:00 de la mañana haya cientos de personas guardando respetuosamente su espacio en la fila o, que incluso durante la noche, se hayan instalado tiendas de campaña a pie de oficina como ocurrió en el Athletic - Barça de la Copa del Rey. Ni qué decir tiene que también hubo representación de las clásicas mesas de camping. Ese madrugón que no se lo pega uno ni por un buen café con bollos, pincho de tortilla vegetal, o croissant recién hecho de nata, ya que prefiere el calor de su cama, ni porque ese día le van a ascender, ni porque va a ser el primero en coger el periódico del bar porque sale su foto. Ni por esas. Pero sí, efectivamente, por una entrada.

     Aquí, por imperativos de la actualidad, nos detendremos en un elemento clave en la locura futbolera: los auriculares. Sí, en efecto, ese pequeño artilugio capaz de agrupar a votantes del PP, PSOE, Bildu, I-E y cuantos amalgamas de ideologías y partidos consideren, de niños, hombretones con puro, y chiquillas que han pisado por primera vez un estadio. Esas dos cuerdas que finalizan en una circular almohadilla movilizan a un estadio con 19.000, 50.000 o 98.000 espectadores. Para qué acudimos a espectáculos de magia si la tenemos enfrente. El caso es que todos los años se repite. Y este curso la Primera volverá a reírse y a pasarlo en grande. Normal. Imaginen la escena: un padre ansioso, como todos los que le rodean, mirando de izquierda a derecha, consultando el reloj, haciendo cuentas; su hijo, aún pequeño, comiendo palomitas tan a gusto -nadie le dice que tiene que compartir con su prima- , una mujer cubierta con la bufanda, la camiseta, la bandera y el collar con el escudo de su equipo, y dos rayas en sus mejillas, los dos amigos jubilados comentando sin modestia las jugadas...todos esperando, en su interior, que alguien rompa ese silencio.

     ¡Gol! Las palomitas saltan por alto, la mujer se agarra a su collar invocando a los santos, los jubilados se callan, por una vez, y todos miran inconscientemente al nuevo Mesías. ¡Gol!, repite él, que sabe que tiene la exclusiva por unos instantes. 'Del Mallorca, del Mallorca, dicen...¡Sí!, de Webó'. La noticia corre a la velocidad de la luz. ¡Eso nos salva! Y el estadio entero lo celebra como si acabaría de tener un hijo, ganar la lotería o irse al Caribe. Y los jugadores miran al banquillo y ven pulgadas hacia arriba, abrazos y al míster corriendo por la banda simulando que el mundo sigue igual aunque 19.000 espectadores estén, de repente, conectados. Los auriculares, la madre que los trajo.

      Pero esos pequeños transformadores del mundo también pueden dar malas noticias. Y si, por ejemplo, es el Getafe el que marca y hunde a su equipo en la miseria y hace que su equipo rompa con la Primera hasta darse un tiempo...entonces es el desastre. Eso no lo levanta nadie. Un silencio sepulcral recorre el estadio. Todos se entienden sin necesidad de palabras, paladeando lentamente el descenso a los infiernos. Una mirada de cualquier seguidor es un reflejo de todas las demás. Idénticas, exactas, tragando saliva y cerrando los ojos. Y los jugadores, de repente, lo entienden. Sus piernas pierden músculo, el balón deja de correr como antes, y la portería contraria se torna en la quimera de salir de esa liga con honra. El Míster sigue corriendo, aunque 19.000 espectadores estén, de repente, abatidos.

 

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